09 enero 2021

Muebles Arcade de Sega. The Best of!

 

Verano de finales de los 80, Xátiva (Valencia). En medio de una infinidad de luces y sonidos estridentes, un mar de gente se abarrota entre los innumerables puestos y paradas de la gran y centenaria feria de la ciudad. Mis padres, mi hermano pequeño y yo vamos caminando entre la muchedumbre acalorada, dejándonos llevar por aquella masa de gente empeñada en pasar por dónde casi no se puede. Hay en verdad mucha gente. No obstante, es una feria importante y son muchas las personas de distintos lugares las que acuden año tras año al fastuoso evento que pone a Xàtiva, histórica ciudad de gran legado, en el centro de atención de los focos. Los mil y un colores que tiñen los cientos de tenderetes que se alinean a un lado y a otro de la calle, arremeten con fuerza hacia el respetable al ritmo de los grandes éxitos de Camela o de la rumba catalana.

 


Aunque más inolvidables son, cómo no, el “mezclote” de inconfundibles fragancias que emanan del lugar: el dulzón aroma del azúcar de las nubes de algodón y de las manzanas de caramelo, la penetrante fritanga de los puestos de hamburguesas, perritos calientes y patatas fritas rebosantes de kétchup, el inconfundible y arrebatador aroma de los gofres con chocolate, el intenso tufo a “cuero” de los puestos de bolsos y carteras… todo debidamente acompañado por el alborozo general reinante repleto de zumbidos y sonidos electrónicos de las atracciones, firmemente capitaneados por la incasable cháchara de la tómbola de turno. ¡La tómbola! ¡La tómbola siempre toca, señores! Miren que Chochona. ¡Una Chochona para el caballero! Aunque no era precisamente la “Chochona” que uno buscaba, al menos no te ibas con las manos vacías, como casi siempre pasaba cuando te plantabas ante el puesto de tiro con rifle de aire comprimido, que tras varios intentos, no podías sino corroborar que aquello estaba más trucado que la Derbi GPR del quinqui de turno; eso, o el punto de mira del rifle tenía más desvíos que la N-340. O quién sabe, tal vez todo junto... Ya lo dijo nuestro buen Homer Simpson, la ley del feriante… ¡es parte del encanto de la feria!

 


                Pues bien, tras un rato caminando en medio de toda aquella masificación de olores, colores, sonidos y humanidad que forman parte inseparable de la feria, llegamos al centro mismo del evento. Fue justo entonces cuando algo llamó poderosamente mi atención: un nutrido grupo de chavales y niños revoloteando como afanadas abejas en un panal ante unos oscuros bultos envueltos en un misterioso resplandor luminoso y atrayentes cacofonías electrónicas. La inesperada y curiosa concentración de gente joven sobre aquella sugerente masificación de extraños aparatos, significaba que allí estaba pasando algo, y pese a mi corta edad (unos siete añitos), algo me gritaba a toda voz que me acercara. Arrastré literalmente a mis padres hacia aquel lugar, y justo entonces experimenté uno de los momentos que más fascinó a los que vivimos aquella época (lo siento por los que no han tenido la suerte de vivir aquel impacto): vi por primera vez máquinas recreativas.