¡Holaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué hay de nuevo por aquí, compañeros y compañeras? Bueno, antes que nada deseo dar las gracias a los miembros de Arcade Vintage por dejarme participar en su blog y permitir que publique mis memorias retrojugonas tras soplarles el polvo que tenían encima. Y para empezar, nada mejor y nunca más acertado, quiero hablaros sobre un auténtico mito legendario que ha permanecido grabado a fuego en nuestras mentes: las máquinas arcade que reinaban sin discusión alguna en el mundo del videojuego allá por las décadas de los 80 y 90. También quiero mencionar, que si alguien más ochentero nota que me decanto más por los noventa, espero sepa pasar un poco por alto que tenga más referencias sobre los noventa, pues en los ochenta yo era demasiado crío para ir los recreativos (nací en 1983), y no fue hasta principios de los noventa cuando descubrí realmente qué eran los recreativos.
Echamos cinco duros a nuestra retro-máquina del tiempo y viajamos a una época irrepetible…
Nos hallamos en una era de apasionante despertar
tecnológico y de sensaciones genuinamente únicas: finales de los ochenta y
primeros compases de la década de los 90. Somos unos chiquillos de unos diez o
doce años (año arriba año abajo), en la plena infancia. Acaba de sonar el
timbre de la escuela. Son las cinco de la tarde. Recogemos a toda prisa
nuestros libros de la extinta EGB, libretas y demás material escolar. Guardada
como un verdadero tesoro, descansa oculta entre tus libros el último número de una
de las novedosas y sorprendentes revistas dedicadas exclusivamente a los
videojuegos de ordenador o de consola: Micromanía, Hobby Consolas, SuperJuegos...
Sí, te la has leído y repasado varias veces ya, mirando asombrado las fotos de
los pantallazos de los videojuegos mientras te preguntas contrariado por qué
leches no puedes tener aquellos increíbles “juguetitos” para tu uso y disfrute.
Atrás queda el verano y el día se acorta y se hace más pronto de noche. Pero no
por eso recoges como si se acabara el mundo (venga va, y porque ganas de acabar
las clases no faltaban ya XD). Entre otras cosas, porque en un rato echan por
la tele un nuevo capítulo de tu serie favorita (bueno, por aquel entonces, la
favorita de la gran mayoría): Bola de Drac. No quieres faltar a la cita y, con
la merienda en mano, lo que quieres es acompañar a Goku en su búsqueda de las
bolas mágicas a bordo de su nube Kinton. Sales como una bala del colegio
dispuesto a no perderte las andanzas de nuestro héroe favorito y, sin embargo,
sabes que antes de llegar a casa has de hacer una parada en el camino. No hace
mucho, mira por donde, has descubierto una cosa llamada “recreativos”. Recreativos o
salón arcade, da igual. Lo poco que sabes, que ya es más que suficiente para hacerte babear y soñar, es que es un lugar muy especial y verdaderamente único, un lugar en donde hay unas llamativas
máquinas que están causando sensación y un furor incontrolable entre la gente joven, y en cuyo interior albergan la tecnología electrónica más puntera e inalcanzable
del momento dedicada única y exclusivamente a aquello que, al igual que a muchísimos jóvenes de aquellos años, tanto
te fascina y te asombra de una manera arrebatadoramente sin igual: videojuegos.
Tanto si te pilla de camino a casa, como si no, haces caso omiso a las órdenes de tu madre: No quiero que vayas a los recreativos. Ojito que no te vea por allí. Como me entere que has entrado, te vas a enterar. O el clásico por antonomasia típico de las madres y las abuelas: Ni recreativos, ni recreativas, ¿eh o no? En el momento te intimida y te desmoraliza, pero por una oreja te entra y por la otra te sale tan pronto como, y ya van no sé cuántas las veces que lo haces, abres una vez más la revista y te vuelve a dejar totalmente fascinado ante el maravilloso contenido que guardan sus páginas. Precisamente, gracias a la revista has podido saber que ese Magician Lord o un tal Fatal Fury, de gráficos tan bestiales e inigualables que tanto te han impresionado, no son de una Súper Nintendo, Mega Drive, MSX, Amstrad CPC, Amiga u ordenador alguno: son de Neo Geo, la bestia parda parida por SNK y que es tal cual una recreativa para el hogar, pero que cuyo precio de adquisición está a años luz del bolsillo de tus padres. Sólo tienes un modo posible para poder jugar a aquellos videojuegos y formar parte de esos fantásticos mundos de ficción pixelada: los recreativos. ¡Por el amor de dios! ¡Quieres saber lo que es jugar a esos videojuegos tan superiores a todo! Están en la inalcanzable cima del universo videojueguil de la época. Tu mente empieza a bullir y a darle vueltas al asunto. Sorprendido, sientes una nueva y desconocida presión en el pecho que te oprime y, sin embargo, provoca al mismo tiempo cierto vacío en él. Es como si fuera un potente imán: intuyes que algo parecido a una llamada de fuerza arrebatadora te atrae irremediablemente hacia sí, atacando directamente sin compasión a tu joven y ansiosa curiosidad y a tus desmesuradas ganas de jugar con esas maquinitas. Sientes un deseo irrefrenable de ir a aquel sitio. No lo puedes evitar. Y no nos engañemos: ¡es que tampoco quieres evitarlo! Sabes de sobra que si te pillan por allí es más que probable que te castiguen, al fin y al cabo, aún tienes alrededor de 10 años o ni tan siquiera eso, y vete tú a saber qué habrá de bueno allí dentro (palabras textuales de tu madre). Pero te da igual. Quieres ir. Necesitas ir. Y por tanto y aún a sabiendas de que te puedes llevar una buena, arriesgas. Te la juegas directamente, y más pronto que tarde te hallas a la entrada de los recreativos. Ya desde fuera puedes oír las explosiones, rugidos, gritos y melodías que emanan atronadoramente de los increíbles juegos que corren por los circuitos de aquellas impresionantes máquinas que, por cierto, son bastante más grandes que tú. Una última mirada a tu alrededor por si las moscas. Temeroso, casi esperas encontrarte con la furibunda mirada de tu padre o tu madre al ver cuáles son tus intenciones. No hay moros en la costa. Bien. Aliviado, te vuelves hacia la entrada. Con una extraña y enigmática sensación de alegría corriendo por tu cuerpo, como si de un lugar mágico se tratara, cruzas el umbral de la entrada cual Indiana Jones al descubrir una tumba secreta de Egipto o las mismas puertas de la Atlántida y accedes a los recreativos abarrotados de gente. Extasiado, notas que estás como si flotaras, como si estuvieses fuera de sí: te encuentras nuevamente rodeado por máquinas recreativas que albergan lo que te parece la más fabulosa e increíble tecnología del futuro. Prácticamente es magia lo que se ve en aquellas pantallas y que tus asombrados ojos admiran abiertos de par en par. El lugar desprende un adictivo e intangible aroma a increíble tan agradable y que te absorbe con tanta fuerza, que te quedas impregnado tan profundamente de él como nunca antes nada conocido te había fascinado y asombrado; ya nunca más vas a olvidar aquellos momentos: ¡Qué juegos tan alucinantes! Jamás podré tener algo similar en casa, ni siquiera algo capaz de hacerle sombra. ¡Pero mira que gráficos! ¿Habrán puesto alguna nueva máquina? ¿Aquel que he visto en la Hobby Consolas quizás? Por cierto, ¿seguirá por aquí aquel impresionante juego de aviones y su cabina rotatoria? ¿Cómo se llamaba? Ah sí, After Burner. ¡Allí está! Genial. Y a su lado, el Out Run sigue en su sitio, tras el volante, el asiento, los pedales y la palanca de cambio… uff, conducir un Testarrossa descapotable a toda velocidad con una rubia desmelenada al lado es lo más. ¿Cuánto costará tener uno de esos en casa? Mejor ni lo pienso… No puedes contenerte ni un segundo más. Coges los 20 duros que antes de ir al colegio le has birlado a tus padres o a tus abuelos (todos lo hemos hecho, y lo sabéis), te diriges al tío que hay tras la barra y coges cambio. Tengo para cuatro partidas... Y en menos de diez minutos te has pulido los 20 duros. Desolado y con ganas de más, de mucho más, te quedas mirando con tristeza la pantalla mientras un contador regresivo descuenta los segundos al lado del careto destrozado de Ken, suplicando que continúes la batalla. Otro día será compañero. No te queda más que recoger y marcharte a casa, no sea que tu madre empiece a sospechar y te arme la marimorena. Además, no nos olvidemos que hay otro imán que también te atrae con muchísima fuerza: Dragon Ball. Y mientras el sol se pone por el oeste tiñendo de tonos anaranjados el fresco cielo otoñal, te marchas de aquel increíble sitio con la certeza de que podrías pulirte mucha más pasta de la que te has pulido en apenas 10 minutos. Es que son tan increíbles e inalcanzables estos videojuegos… en fin, me conformaré con la Game Boy. Físicamente te marchas de allí, pero tu mente y tu corazón aún permanecen largo tiempo en el salón arcade, anclados hasta el fondo en aquel lugar increíble cargado de una mágica aura inigualable, reviviendo mentalmente una y otra vez aquellos apasionantes momentos. Volveré…
Los videojuegos arcade eran la cima en aquella época. Desde sus inicios y durante al menos dos décadas (ahí es nada), el techo tecnológico de los videojuegos siempre habían sido las máquinas arcade. Los sistemas domésticos no podían ni hacerles sombra: gráficos detallados, coloridos sublimes, sprites enormes, personajes grandes y muy cuidados, rapidez, fluidez, acabado general… Indudablemente, los videojuegos arcade estaban no uno, sino dos o más escalones por encima de lo que podían ofrecerte una Nes, Master System, MSX, Amstrad CPC, Atari ST, Amiga, Super Nintendo, Mega Drive, PC-Engine, Game Boy… Es cierto, que con la llegada de las 16 Bits la distancia se redujo muy considerablemente, y tanto el Amiga, la Mega Drive como la Súper Nintendo ya ofrecían experiencias cercanas o similares a lo que una máquina arcade podía ofrecerte: repartir leña en el sobresaliente Street Fighter II insertado en tu Súper Nintendo, limpiar las calles de malhechores en la portentosa saga Streets of Rage de la Mega Drive, sumergirte en el bárbaro universo del Golden Axe, también de la 16 Bits de Sega, o flipar con otros tantos juegos de la talla de Súper Mario World, Sonic, Gunstar Heroes, Axelay, Donkey Kong Country, Thunderforce IV… Son sólo unos pocos ejemplos de cómo las 16 Bits dieron un buen bocado a la distancia que siempre había separado a los videojuegos arcade de los videojuegos domésticos. Y no olvidarse de los excelentes ports de las Coin-Up que aterrizaron en una gran aunque sorprendente desconocida: la PC-Engine (Turbografx para los de aquí). Realmente sorprendente que ésta consola de 8 Bits y chip gráfico (GPU) de 16 Bits tuviese esa facilidad para portear juegos de sistemas tan superiores a ella. Pero aun así, la distancia era todavía considerable. Los sistemas domésticos de 16 bits no eran rivales de los sistemas arcade. No podían serlo, pues eran inferiores tecnológica y potencialmente: el conjunto de ése músculo gráfico, de esa fluidez y jugabilidad asombrosa y de esos sonidos bestiales siempre fueron terreno vedado para los sistemas domésticos. Y sin embargo, lo mucho que significaba tener una Mega Drive o una Súper Nintendo en casa, ¿cierto? Piénsalo unos momentos: si una 16 Bits doméstica ya era lo más de lo más y cualquier niño, adolescente o adulto, prácticamente no podía aspirar a más (el precio de la Neo Geo y sus juegos la hacían inalcanzable para todos, o el propio Amiga, nada barato, por cierto), resulta que aquel estatus o imagen de poderío tecnológico que proyectaban aquellos gloriosos sistemas en tu salón o habitación, curiosamente también servía para acrecentar aún más el aura de magia y exclusividad de una máquina arcade: sabías que seguían siendo superiores a lo que tenías en casa.
Que grandes recuerdos, compañeros y compañeras. Pero sobretodo, que grandes títulos y juegazos que había en los recreativos. Aquella imposibilidad de tener en casa cualquiera de aquellos juegos contribuyó más que notablemente a que amaras irremediablemente aquellos juegos. Podría estar horas enumerando juegos y sagas que nacieron y se hicieron míticos en los salones arcade, ¿verdad? The King of Fighters, Defender, Arkanoid, Samurai Shodown, Street Fighter 2, Galaga, Pac-Man, Phoenix, Asteroids, Double Dragon, Metal Slug, Street Hoop, Tortugas Ninja, Capitain Commando, Carrier Air Wing, Bubble Bobble, Bomberman, Aero Fighters, Last Blade, Blazing Stars, Dungeons & Dragons, Out Run, Snow Bros, After Burner, Neo Drift Out, Neo Turf Masters, The House of the Death, Sega Rally, Super Side Kicks, Super Pang, Tumblepop, Strider, The Punisher, Daytona USA, Tekken, Crazy Taxi, 24 Horas de Suzuka… Son sólo algunos de los más conocidos, pero es que hay un montonazo de juegos que es imposible enumerarlos todos aquí, alargando la lista de juegos arcade hasta hacerla imposible de igualar por cualquier sistema de videojuegos de cualquier época. Son varios miles de títulos los que se llegaron a hacer para los salones arcade (entre todas las compañías, claro). Vale que hay juegos que son difíciles de emular incluso hoy en día, por unas causas u otras, pero es que aun dejando de lado estos juegos más avanzados que no van fluidos o requieren de un equipo potente para hacerlos correr, la lista de juegos disponibles en 2D es interminable. Miles de juegos. Visualízalo en toda su amplitud. Miles de juegos. Se dice pronto, pero es un número muuuuuuy amplio en donde poder escoger a qué vas a jugar.
Pero aunque las máquinas arcade dejaron de fabricarse y muchas compañías cerraron o se dedicaron en exclusiva a programar para los nuevos sistemas domésticos, esa mítica imagen de poderío, distinción y, porque no, nostalgia que siguen atesorando las máquinas arcade es insuperable e inigualable. Hace años que se cerraron los salones arcade (menos en Japón, allí siguen disfrutando de la afluencia de la gente), y sin embargo, el poder tener en tu hogar una máquina recreativa para tu uso personal sigue teniendo un enorme atractivo: bien por nostalgia, bien porque adoramos jugar en una máquina arcade sentados como antaño en un taburete alto cogidos a los joysticks y aporreando los botones, bien porque la experiencia de jugar a dobles con un amigo al lado a un Cadillacs & Dinosaurs, Windjammers o Street Fighter II es algo realmente satisfactorio, o bien porque la tecnología nos permite tener prácticamente todos aquellos juegos en un mismo disco duro a nuestra entera disposición, la verdad es que la experiencia que se vive al volver a jugar en una máquina arcade es algo indescriptible. Una pasada. Por mucha potencia que puedan tener los sistemas actuales, ese sabor añejo que se desprende al sentarte enfrente del monitor de la arcade y tener que echar créditos para poder jugar, o esa acción instantánea y brutal tan característica de estos videojuegos tan simples y tan difíciles a la vez, o el poder girarte y hablar, reírte y discutir con el de al lado es algo que nunca podrán tener. Y además, no me digáis que no es un flipe que cada vez que entra un amigo o conocido en casa se quede mirando la máquina: ¿Eso es tuyo? ¡Qué cabrón! ¡Una recreativa! Vamos a echar unas partidas tío. Me encanta.
Tanto si te pilla de camino a casa, como si no, haces caso omiso a las órdenes de tu madre: No quiero que vayas a los recreativos. Ojito que no te vea por allí. Como me entere que has entrado, te vas a enterar. O el clásico por antonomasia típico de las madres y las abuelas: Ni recreativos, ni recreativas, ¿eh o no? En el momento te intimida y te desmoraliza, pero por una oreja te entra y por la otra te sale tan pronto como, y ya van no sé cuántas las veces que lo haces, abres una vez más la revista y te vuelve a dejar totalmente fascinado ante el maravilloso contenido que guardan sus páginas. Precisamente, gracias a la revista has podido saber que ese Magician Lord o un tal Fatal Fury, de gráficos tan bestiales e inigualables que tanto te han impresionado, no son de una Súper Nintendo, Mega Drive, MSX, Amstrad CPC, Amiga u ordenador alguno: son de Neo Geo, la bestia parda parida por SNK y que es tal cual una recreativa para el hogar, pero que cuyo precio de adquisición está a años luz del bolsillo de tus padres. Sólo tienes un modo posible para poder jugar a aquellos videojuegos y formar parte de esos fantásticos mundos de ficción pixelada: los recreativos. ¡Por el amor de dios! ¡Quieres saber lo que es jugar a esos videojuegos tan superiores a todo! Están en la inalcanzable cima del universo videojueguil de la época. Tu mente empieza a bullir y a darle vueltas al asunto. Sorprendido, sientes una nueva y desconocida presión en el pecho que te oprime y, sin embargo, provoca al mismo tiempo cierto vacío en él. Es como si fuera un potente imán: intuyes que algo parecido a una llamada de fuerza arrebatadora te atrae irremediablemente hacia sí, atacando directamente sin compasión a tu joven y ansiosa curiosidad y a tus desmesuradas ganas de jugar con esas maquinitas. Sientes un deseo irrefrenable de ir a aquel sitio. No lo puedes evitar. Y no nos engañemos: ¡es que tampoco quieres evitarlo! Sabes de sobra que si te pillan por allí es más que probable que te castiguen, al fin y al cabo, aún tienes alrededor de 10 años o ni tan siquiera eso, y vete tú a saber qué habrá de bueno allí dentro (palabras textuales de tu madre). Pero te da igual. Quieres ir. Necesitas ir. Y por tanto y aún a sabiendas de que te puedes llevar una buena, arriesgas. Te la juegas directamente, y más pronto que tarde te hallas a la entrada de los recreativos. Ya desde fuera puedes oír las explosiones, rugidos, gritos y melodías que emanan atronadoramente de los increíbles juegos que corren por los circuitos de aquellas impresionantes máquinas que, por cierto, son bastante más grandes que tú. Una última mirada a tu alrededor por si las moscas. Temeroso, casi esperas encontrarte con la furibunda mirada de tu padre o tu madre al ver cuáles son tus intenciones. No hay moros en la costa. Bien. Aliviado, te vuelves hacia la entrada. Con una extraña y enigmática sensación de alegría corriendo por tu cuerpo, como si de un lugar mágico se tratara, cruzas el umbral de la entrada cual Indiana Jones al descubrir una tumba secreta de Egipto o las mismas puertas de la Atlántida y accedes a los recreativos abarrotados de gente. Extasiado, notas que estás como si flotaras, como si estuvieses fuera de sí: te encuentras nuevamente rodeado por máquinas recreativas que albergan lo que te parece la más fabulosa e increíble tecnología del futuro. Prácticamente es magia lo que se ve en aquellas pantallas y que tus asombrados ojos admiran abiertos de par en par. El lugar desprende un adictivo e intangible aroma a increíble tan agradable y que te absorbe con tanta fuerza, que te quedas impregnado tan profundamente de él como nunca antes nada conocido te había fascinado y asombrado; ya nunca más vas a olvidar aquellos momentos: ¡Qué juegos tan alucinantes! Jamás podré tener algo similar en casa, ni siquiera algo capaz de hacerle sombra. ¡Pero mira que gráficos! ¿Habrán puesto alguna nueva máquina? ¿Aquel que he visto en la Hobby Consolas quizás? Por cierto, ¿seguirá por aquí aquel impresionante juego de aviones y su cabina rotatoria? ¿Cómo se llamaba? Ah sí, After Burner. ¡Allí está! Genial. Y a su lado, el Out Run sigue en su sitio, tras el volante, el asiento, los pedales y la palanca de cambio… uff, conducir un Testarrossa descapotable a toda velocidad con una rubia desmelenada al lado es lo más. ¿Cuánto costará tener uno de esos en casa? Mejor ni lo pienso… No puedes contenerte ni un segundo más. Coges los 20 duros que antes de ir al colegio le has birlado a tus padres o a tus abuelos (todos lo hemos hecho, y lo sabéis), te diriges al tío que hay tras la barra y coges cambio. Tengo para cuatro partidas... Y en menos de diez minutos te has pulido los 20 duros. Desolado y con ganas de más, de mucho más, te quedas mirando con tristeza la pantalla mientras un contador regresivo descuenta los segundos al lado del careto destrozado de Ken, suplicando que continúes la batalla. Otro día será compañero. No te queda más que recoger y marcharte a casa, no sea que tu madre empiece a sospechar y te arme la marimorena. Además, no nos olvidemos que hay otro imán que también te atrae con muchísima fuerza: Dragon Ball. Y mientras el sol se pone por el oeste tiñendo de tonos anaranjados el fresco cielo otoñal, te marchas de aquel increíble sitio con la certeza de que podrías pulirte mucha más pasta de la que te has pulido en apenas 10 minutos. Es que son tan increíbles e inalcanzables estos videojuegos… en fin, me conformaré con la Game Boy. Físicamente te marchas de allí, pero tu mente y tu corazón aún permanecen largo tiempo en el salón arcade, anclados hasta el fondo en aquel lugar increíble cargado de una mágica aura inigualable, reviviendo mentalmente una y otra vez aquellos apasionantes momentos. Volveré…
Bueno compañeros, creo que he descrito bastante
bien lo que nos sucedía cuando íbamos “de estrangis” a los salones arcade en
nuestra infancia, ¿verdad? Y es que, queridos amigos, bien es sabido que el
aura, las sensaciones y las emociones que desprendían los salones recreativos en
su época fue algo que muy difícilmente podrá igualarse en el mundo de los
videojuegos por varios motivos. Básicamente, porque era otra época muy
diferente a la actual: la tecnología era muy cara tanto de comprar como de
producir, por lo que era totalmente imposible poder disponer de aquellos videojuegos en
casa; ni soñándolo. Y por si fuera poco, la desinformación que había entorno al
mundo de los videojuegos en general y especialmente de los videojuegos arcade
en particular hacía que, cada vez que entrabas a unos recreativos, no podías
evitar sentirte como un explorador que descubría nuevos y fabulosos hallazgos
de los que nada habías oído hablar y que los veías por primera vez cuando los
tenías delante: absorto, impactado, maravillado… Nuestras mentes quedaban
sobrecogidas ante el espectáculo que se nos había desvelado repentinamente sin previo aviso y, totalmente embargadas por la emoción, se
tomaban su tiempo intentando procesar lo que teníamos ante nosotros. Así es como te
sentías cada vez que te hallabas ante una nueva máquina arcade que no habías visto nunca. ¿Me equivoco?
Seguro que no. ¿Un ejemplo de lo que siginificaban aquellas máquinas? Venga: cuando el que escribe estas líneas contaba con 11-12 años de edad, se juntaba algunas tardes de julio o agosto de unos ya lejanos principios de los noventa con otros tres o cuatro coleguitas, todos amantes de los videojuegos, cogíamos nuestras bicis y nos íbamos al pueblo de al lado sin decir nada a nuestros padres (y sin móviles, claro), a unos cuatro kilómetros de distancia, únicamente para ir un rato a los recreativos. Pensadlo bien y poneos en situación, pues no es muy normal que unos chavalitos de 11 años cojan las bicis para hacerse ocho kilómetros (ir y volver) sólo por jugar unos minutos a unas recreativas. Y sin embargo, lo hacíamos. Íbamos, flipábamos un rato en aquellos recres, nos dejábamos la poca pasta que teníamos, y nos volvíamos a casa antes de que se hiciese más tarde y las jefas sospecharan algo. Si nos hubiesen llegado a pillar... ¡ufff!
Pero es que aquello era fascinante, emocionante e impresionante a partes iguales. Aquello significaba mucho más que ir a jugar a unos videojuegos. Literalmente, era ir a descubrir nuevos
videojuegos y experimentar sensaciones únicas: no había medios que informaran sobre los nuevos lanzamientos
arcade o que hablaran de qué recreativas estaban partiendo la pana. No sabíamos nada de qué títulos habían salido o iban a salir, ni donde ni en qué recreativos estaban. Información prácticamente nula. Era casi como una lotería. ¿Resultado?
Impactado, anonadado, emocionado, flipado… Llámalo como quieras, el caso es que
esta forma en que se hacían las cosas en aquellos años, a parte de que nos hizo perder muchos juegos en su momento, eso es muy cierto, consiguió algo de lo que no me arrepiento viéndolo con la perspectiva de hoy en día: hizo que algunos o muchos de
aquellos momentos de “revelación” se quedaran grabados en tu mente y en tu
corazón en forma de grandiosos y gratos recuerdos imborrables. ¡Eh ahí nuestro premio y uno de nuestros más grandes tesoros en forma de recuerdos y sensaciones irremplazables! ¡Aaah! Aún recuerdo claramente el día que entré a los recreativos Saetabis de Xàtiva y me encontré con el F1 SuperLap de Sega... casi se me cayeron los picatostes al suelo ante la espectacularidad de aquel juego de F1: sus brutales graficazos de auténtico pixel art, su sonido, la enorme pantallaza que tenías ante tí, el volante y los pedales, los Ferrari, Williams, McLaren y Benetton con sus colores orginales... Sentimientos genuinamente irremplazables.
Pondría la mano en el fuego a que muchos de vosotros compartís este punto de vista. ¿Quién no recuerda el estar en otro pueblo o ciudad, ver unos recreativos y sentir la ansiosa necesidad de entrar allí a ver qué te encontrabas? ¿No? Creo que no me equivoco si digo que no fui el único que lo sintió, ¿verdad? Realmente era una sensación indescriptible, encontrar un salón arcade en otra ciudad o pueblo que no eran los tuyos y entrar, era totalmente equiparable (guardando las distancias, claro) a como si hubiéramos encontrado una cueva de las maravillas. Tenías la urgente necesidad de entrar y explorar las “desconocidas genialidades pixeladas” que habitaban en aquel lugar cargado de magia. ¡Quién sabía qué o cuantas máquinas había allí dentro esperándote! Indudablemente, aquellas sensaciones y aquellos recuerdos tan especiales son celosamente guardados por los que vivimos aquellos años. Irrepetible.
Pondría la mano en el fuego a que muchos de vosotros compartís este punto de vista. ¿Quién no recuerda el estar en otro pueblo o ciudad, ver unos recreativos y sentir la ansiosa necesidad de entrar allí a ver qué te encontrabas? ¿No? Creo que no me equivoco si digo que no fui el único que lo sintió, ¿verdad? Realmente era una sensación indescriptible, encontrar un salón arcade en otra ciudad o pueblo que no eran los tuyos y entrar, era totalmente equiparable (guardando las distancias, claro) a como si hubiéramos encontrado una cueva de las maravillas. Tenías la urgente necesidad de entrar y explorar las “desconocidas genialidades pixeladas” que habitaban en aquel lugar cargado de magia. ¡Quién sabía qué o cuantas máquinas había allí dentro esperándote! Indudablemente, aquellas sensaciones y aquellos recuerdos tan especiales son celosamente guardados por los que vivimos aquellos años. Irrepetible.
Los videojuegos arcade eran la cima en aquella época. Desde sus inicios y durante al menos dos décadas (ahí es nada), el techo tecnológico de los videojuegos siempre habían sido las máquinas arcade. Los sistemas domésticos no podían ni hacerles sombra: gráficos detallados, coloridos sublimes, sprites enormes, personajes grandes y muy cuidados, rapidez, fluidez, acabado general… Indudablemente, los videojuegos arcade estaban no uno, sino dos o más escalones por encima de lo que podían ofrecerte una Nes, Master System, MSX, Amstrad CPC, Atari ST, Amiga, Super Nintendo, Mega Drive, PC-Engine, Game Boy… Es cierto, que con la llegada de las 16 Bits la distancia se redujo muy considerablemente, y tanto el Amiga, la Mega Drive como la Súper Nintendo ya ofrecían experiencias cercanas o similares a lo que una máquina arcade podía ofrecerte: repartir leña en el sobresaliente Street Fighter II insertado en tu Súper Nintendo, limpiar las calles de malhechores en la portentosa saga Streets of Rage de la Mega Drive, sumergirte en el bárbaro universo del Golden Axe, también de la 16 Bits de Sega, o flipar con otros tantos juegos de la talla de Súper Mario World, Sonic, Gunstar Heroes, Axelay, Donkey Kong Country, Thunderforce IV… Son sólo unos pocos ejemplos de cómo las 16 Bits dieron un buen bocado a la distancia que siempre había separado a los videojuegos arcade de los videojuegos domésticos. Y no olvidarse de los excelentes ports de las Coin-Up que aterrizaron en una gran aunque sorprendente desconocida: la PC-Engine (Turbografx para los de aquí). Realmente sorprendente que ésta consola de 8 Bits y chip gráfico (GPU) de 16 Bits tuviese esa facilidad para portear juegos de sistemas tan superiores a ella. Pero aun así, la distancia era todavía considerable. Los sistemas domésticos de 16 bits no eran rivales de los sistemas arcade. No podían serlo, pues eran inferiores tecnológica y potencialmente: el conjunto de ése músculo gráfico, de esa fluidez y jugabilidad asombrosa y de esos sonidos bestiales siempre fueron terreno vedado para los sistemas domésticos. Y sin embargo, lo mucho que significaba tener una Mega Drive o una Súper Nintendo en casa, ¿cierto? Piénsalo unos momentos: si una 16 Bits doméstica ya era lo más de lo más y cualquier niño, adolescente o adulto, prácticamente no podía aspirar a más (el precio de la Neo Geo y sus juegos la hacían inalcanzable para todos, o el propio Amiga, nada barato, por cierto), resulta que aquel estatus o imagen de poderío tecnológico que proyectaban aquellos gloriosos sistemas en tu salón o habitación, curiosamente también servía para acrecentar aún más el aura de magia y exclusividad de una máquina arcade: sabías que seguían siendo superiores a lo que tenías en casa.
Que grandes recuerdos, compañeros y compañeras. Pero sobretodo, que grandes títulos y juegazos que había en los recreativos. Aquella imposibilidad de tener en casa cualquiera de aquellos juegos contribuyó más que notablemente a que amaras irremediablemente aquellos juegos. Podría estar horas enumerando juegos y sagas que nacieron y se hicieron míticos en los salones arcade, ¿verdad? The King of Fighters, Defender, Arkanoid, Samurai Shodown, Street Fighter 2, Galaga, Pac-Man, Phoenix, Asteroids, Double Dragon, Metal Slug, Street Hoop, Tortugas Ninja, Capitain Commando, Carrier Air Wing, Bubble Bobble, Bomberman, Aero Fighters, Last Blade, Blazing Stars, Dungeons & Dragons, Out Run, Snow Bros, After Burner, Neo Drift Out, Neo Turf Masters, The House of the Death, Sega Rally, Super Side Kicks, Super Pang, Tumblepop, Strider, The Punisher, Daytona USA, Tekken, Crazy Taxi, 24 Horas de Suzuka… Son sólo algunos de los más conocidos, pero es que hay un montonazo de juegos que es imposible enumerarlos todos aquí, alargando la lista de juegos arcade hasta hacerla imposible de igualar por cualquier sistema de videojuegos de cualquier época. Son varios miles de títulos los que se llegaron a hacer para los salones arcade (entre todas las compañías, claro). Vale que hay juegos que son difíciles de emular incluso hoy en día, por unas causas u otras, pero es que aun dejando de lado estos juegos más avanzados que no van fluidos o requieren de un equipo potente para hacerlos correr, la lista de juegos disponibles en 2D es interminable. Miles de juegos. Visualízalo en toda su amplitud. Miles de juegos. Se dice pronto, pero es un número muuuuuuy amplio en donde poder escoger a qué vas a jugar.
¿Que hubiéramos sido capaces de dar en aquella época por
poder disponer de toda una máquina arcade para nuestro uso y disfrute personal?
Sinceramente, no quiero ni pensarlo. Pensad por unos momentos, qué hubiera
significado en aquella época el tener una de estas en tu propia casa, y poder
decirles a tus colegas y conocidos: ¡Eh! ¡Pringaos! Que tengo la máquina del Street Fighter II en mi
habitación. Todita para mí.
¡La que se hubiera armado! Automáticamente nos hubiéramos convertido en el
centro de las más dulces alabanzas y de las más oscuras envidias (sobretodo
oscuras envidias). Hablando en plata: el puto amo, ¿no? Aunque básicamente
hubiera sido como tener un “Status: nivel Dios”.
Bueno, pues toda aquella magia y exclusividad empezó a
venirse abajo con la llegada al mercado de las consolas de 32 bits, a mediados
de los 90: Play Station, Sega Saturn y posteriormente la Nintendo 64 fueron las
plataformas que enterraron el chollo y la exclusividad de los salones arcade.
La potencia de la que hacían gala las nuevas máquinas permitió desarrollar
juegos que poco o nada tenían que envidiar a lo que ofrecía una máquina arcade:
conversiones prácticamente perfectas de lo que había en los salones recreativos
comenzaron a aterrizar con inusitada fuerza en los hogares de los jugadores:
Daytona USA, Sega Rally, Ridge Racer, Virtua Cop, Tekken… Ya no hacía falta
dejarte la pasta en las máquinas arcade. ¡Lo tenías en tu propia casa! Eso sin
mencionar los exclusivos para consola, como los Gran Turismo, Tomb Raider,
Metal Gear, Crash Bandicoot, Ocarina of Time… Ese fue el principio de la rápida
decadencia de las máquinas arcade. Aun así, los juegos más sublimes en 2D, como
The King of Fighters ’95 o Street Fighter Alpha II por ejemplo, exigían a las
máquinas de 32 bits dar lo máximo de sí mismas para poderlos correr sin
problemas, y no fue hasta la generación siguiente, la de los 128 Bits, que las
consolas domésticas no acabaron de ser lo realmente potentes para correr
aquellos juegos tal cual una máquina arcade. De hecho, la versión de The King
of Fighters’95 para la Saturn (la mejor consola de 32 Bits para gráficos en 2D)
venía con un cartucho que expandía la memoria ram y así poder igualar la experiencia de juego
al de la recreativa. Sorprendente, ¿no? Desde luego.
Pero aunque las máquinas arcade dejaron de fabricarse y muchas compañías cerraron o se dedicaron en exclusiva a programar para los nuevos sistemas domésticos, esa mítica imagen de poderío, distinción y, porque no, nostalgia que siguen atesorando las máquinas arcade es insuperable e inigualable. Hace años que se cerraron los salones arcade (menos en Japón, allí siguen disfrutando de la afluencia de la gente), y sin embargo, el poder tener en tu hogar una máquina recreativa para tu uso personal sigue teniendo un enorme atractivo: bien por nostalgia, bien porque adoramos jugar en una máquina arcade sentados como antaño en un taburete alto cogidos a los joysticks y aporreando los botones, bien porque la experiencia de jugar a dobles con un amigo al lado a un Cadillacs & Dinosaurs, Windjammers o Street Fighter II es algo realmente satisfactorio, o bien porque la tecnología nos permite tener prácticamente todos aquellos juegos en un mismo disco duro a nuestra entera disposición, la verdad es que la experiencia que se vive al volver a jugar en una máquina arcade es algo indescriptible. Una pasada. Por mucha potencia que puedan tener los sistemas actuales, ese sabor añejo que se desprende al sentarte enfrente del monitor de la arcade y tener que echar créditos para poder jugar, o esa acción instantánea y brutal tan característica de estos videojuegos tan simples y tan difíciles a la vez, o el poder girarte y hablar, reírte y discutir con el de al lado es algo que nunca podrán tener. Y además, no me digáis que no es un flipe que cada vez que entra un amigo o conocido en casa se quede mirando la máquina: ¿Eso es tuyo? ¡Qué cabrón! ¡Una recreativa! Vamos a echar unas partidas tío. Me encanta.
Afortunadamente, y ya para acabar, porque me he enrollado
de lo lindo (no se nota que me gustan las máquinas arcade, ¿verdad?), y gracias
a los avances en tecnología y al abaratamiento de la misma, me gustaría añadir que te puedes dar el
gusto de algo que antes era prácticamente imposible: tener una recreativa en casa, porque puedes perfectamente pillarte una
bartop (más económica y menos aparatosa que una recreativa normal), que es una máquina arcade pero sin pie de madera, justo la mitad
de lo que viene siendo una máquina arcade clásica. Y eso es lo que yo hice,
pillarme una bartop. ¡La
de grandes momentos que he podido revivir de mi infancia y juventud gracias a
ella! Pero claro, una bartop no refleja fielmente lo que eran realmente los
recreativos. Para eso, nada mejor que acudir a Arcade Vintage, una de las mejores asociaciones que existen en España (y a este paso en toda Europa) en cuanto a
videojuegos arcade se refiere. Pero claro, ¿qué voy a contaros que no sepáis ya
sobre esta asociación? En fin, espero que os haya gustado este primer y extenso artículo,
pero creo que el tema lo merecía.
Hasta la próxima.
Queremos ofreceros nuestros servicios ya que en Mercapixels.com fabricamos máquinas arcade bartop, lowboy etc. con los precios más bajos sin renunciar a la calidad. Os invitamos a que visitéis Mercapixels Un saludo
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